OIMAKU de la biblioteca de Caixa Sabadell de mi barrio. Era la única que había entonces. Me quedaba cerca del colegio y de casa. Era pequeña pero tenía todos los álbumes de Astérix y Tintín. Recuerdo que tenías que estar muy callado porque la bibliotecaria, cómo no, una señora mayor, te chistaba a la mísima que hacías un poco de ruido. Me sentía tenso y casi asustado porque la mujer intentaba mantener aquel cubículo sumido en la sacralidad de un monasterio donde se cumple voto de silencio. Era una señora que me imponía respeto y me aterraba. Conforme me hice mayor, descubrí que en realidad era una biblioteca de mierda. No había nada a excepción de los cómics de siempre, que ya me había leído por duplicado, y libros polvorientos de antes de haber nacido yo… o mis padres.
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OIMAKU de mi abuela y la guerra
OIMAKU de la vez que le pregunté a mi abuela por la guerra y ella me respondió: “La guerra es una cosa muy mala. Por eso no hay que hablar más de ella”. No fue sólo cómo lo dijo, también fueron los ojos con los que lo había dicho: unos ojos que había visto una guerra.